No amo a mis amigos ni con el corazón ni con la mente. Por si el corazón dejara de latir, o mi mente me fallara y te pudiera olvidar. Los amo con el alma. El alma no deja de ser, tampoco olvida. Rumi. ¿No os parece precioso?...
Somos muchos los que nos sentimos extasiados cuando entramos en planos sutiles, sobre todo cuando accedemos a esos mundos superiores, cuando abrimos plenamente el corazón, cuando accedemos a las memorias, cuando leemos los colores, cuando danzamos con la melodía de la armonía, cuando entramos en los retiros, cuando dejamos paso a los silencios repletos de vida, cuando hacemos ayunos para limpiar el cuerpo para que el alma ascienda y contemple la liviandad, lo sutil, cuando el astral viaja, cuando nos encontramos con los hermanos de luz…
En todos esos momentos me siento en lo divino, pero no puedo olvidarme que también estoy en lo humano y que yo lo elegí para experimentarlo, así que no sería lógico el que continuamente estuviera evadiéndome de lo material para vivir en otros planos que no fueran éste, el de la materia.
Así que he aprendido a ascender y descender por los canales de mi ser para entender mejor esta realidad aparente, y me posiciono en el centro de mi pecho para lanzar mi toma-tierra y sentir que al mismo tiempo alcanzo el cielo. En definitiva, que danzo la vida.
No se puede estar solamente entre los altos vuelos, pero tampoco y únicamente aferrado a lo materialmente visible. En lo cotidiano también puedes encontrar lo divino, de hecho no está separado de ti, de tu potencial. No sólo el éxtasis de lo espiritual contiene el grado de perfección. Cierto es, que muchos nos escapamos a ese lugar de lo sutil cuando necesitamos una dosis de claridad, pero también es cierto que eso es lo sencillo. Y nuestro reto, por decirlo de algún modo, es el encontrar en lo diario, en nuestro entorno, el halo de divinidad que se encuentra entre los silencios, entre las sonrisas, entre los quehaceres del hogar, en lo concreto, en lo medible, en el camino, en la presencia.
Es desde esa realidad material que también puedes tocar el cielo con tus manos, entrando físicamente en lo cotidiano, creando ese espacio de lo divino en todo lo que haces, observando todo lo que te rodea como unido a ti. De ese modo seguro que se abre tu pecho y tocas el cielo y la Tierra. En realidad vinimos a experimentar esa sensación entre lo humano y lo divino.
©Luhema
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